¡Quiero asociarme!

25 de julio: Día internacional de la mujer Afro-Latina y Afro-Caribeña

Cuando me invitaron a escribir este texto desde la Asociación de Danza del Uruguay, me invadió una inseguridad profunda. ¿Cómo poner en palabras lo que implica habitar la danza contemporánea siendo una mujer afrodescendiente, mestiza, negra, indígena, blanca… todo eso que soy y más? 

En Uruguay, percibo que la danza contemporánea tiene una cualidad muy particular: es un acto de herencia. Pero no de sangre. Es una herencia que se transmite en el hacer, en el seguir, en la resistencia. Quien decide habitar la danza contemporánea acá, lo hace por convicción y continuidad: porque alguien antes abrió el camino, porque alguien después lo va a necesitar, porque hay que hacerlo. Sin preguntarse siempre “para qué”, sino sintiendo el impulso de encontrarse, moverse, construir juntas, en comunidad. 

Ese espacio que habitamos ha sido, históricamente, sostenido sobre todo por mujeres. Mujeres que han decidido bailar incluso cuando no había escenario, ni sueldo, ni reconocimiento, ni instituciones públicas. Mujeres que, con sus cuerpos, marcaron territorio. Mujeres que transformaron sus biografías en movimiento. Pienso en Hebe, en Florencia Varela, en Graciela Figueroa, en Teresa Trujillo, en Ema, en Iris… en tantas otras que sembraron caminos que hoy florecen. 

Y también pienso, con profunda emoción, en mi tía Sara. Gracias a ella, a su legado silencioso pero firme, a su manera de estar en el mundo, entendí desde niña que ser mujer negra era una posibilidad luminosa. Gracias a su existencia, y a lo que sembró en mí, hoy insisto en ser puente entre generaciones de artistas negros dentro del arte contemporáneo. 

Desde mi experiencia como artista, siento un privilegio enorme al haber encontrado en la danza contemporánea un lugar donde puedo crear, remezclar y deconstruir. Un espacio donde la libertad no es una consigna, sino una práctica, donde puedo cruzar lenguajes, fusionar lo experimental con lo popular. Un lugar donde puedo ser puente entre generaciones, entre formas, entre mundos. 

No siempre es así en todos los espacios culturales. Hay rincones del arte y la cultura donde la mirada colonizada aún pesa, donde la creación se ve condicionada por lógicas impuestas. En la danza contemporánea uruguaya, al menos para mí, hay una posibilidad de autonomía, de existencia libre, de goce, de presencia, de saborear quién soy sin tener que explicarme. 

Hoy siento que muchas estamos “empezando” a mirar hacia otros lugares. Que lo contemporáneo quiere dialogar con lo popular, que hay una curiosidad nueva y hermosa que nos empuja al cruce. Y eso me emociona. Porque ahí, en ese deseo de encuentro, se abre un camino hacia una nueva visibilidad. Una visibilidad construida por nosotras mismas, sin mandatos, sin moldes. Desde lo que somos y lo que queremos ser. 

Bailar, en este contexto, es un acto de resistencia. Pero también de celebración. De sanar. De transmitir. De gozar. De alumbrar otras posibilidades para lxs que vienen. Y de honrar a todxs lxs que estuvieron. 

Desde ahí, celebro el 25 de julio. Desde la danza, desde el cuerpo, desde el deseo de seguir creando redes de libertad, belleza, memoria y mestizaje latinoamericano.

Eugenia Silveira Chirimini